Aparejador versus Taxista

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Ayer fue de esas mañanas en que todo me sale mal. Bajo al garaje, le doy a la llave del coche y no abre. Ups . Algo pasa, me temo que… efectivamente me he dejado las luces encendidas, llamo al de la grúa y me dice que tarda mínimo una hora, a las 11 de la mañana tenía cita en el juzgado para ratificar un dictamen, son las 10 de la mañana y mi única opción es llamar a un taxi, llamo a la central y rápidamente se presenta un taxista, «llego sobrado» pensaba. «Menos mal…»

El taxista, de unos sesenta años de edad y un taxi de mínimo 20 años de antigüedad, me pregunta a dónde me dirijo. Al comentarle que a los juzgados de Sevilla, me dice «mal asunto»… Le comento que, por suerte, no tengo problemas con la justicia. Soy arquitecto técnico y actúo como perito judicial. El hombre se ríe y me suelta que hacía tiempo que no llevaba a un técnico en taxi, que «con lo tiesos que estáis poco los cogéis», ademas me remarca que ya llevábamos tiempo ganando mucho dinero y en parte se alegra de lo que nos ocurre…

Alucinando por dicha afirmación educadamente le intento explicar que lo que ocurre es que somos muchos, que los precios están por los suelos y no se mira la calidad del servicio, porque el cliente no sabe ni lo que está contratando, indicándole que no podemos tener el privilegio del gremio de los taxistas donde está el cupo limitado y las tarifas establecidas, por lo que iniciamos una discusión que duró todo el trayecto:

— A mí me ha costado mucho dinero tener mi propia licencia —indica enojado el taxista—. Además mi trabajo es un servicio público.

— Creo que a mí me costó mucho más dinero que a usted tener la mía y además se siguen vendiendo licencias sin control ni cupo.

— Estudiar en tus tiempos no valía tanto dinero —afirma el taxista.

— Lo que vale dinero son las horas que le dediqué al estudio y que tengo que amortizar durante mi vida laboral y que le puedo asegurar que si hago las cuentas me sale más dinero que su licencia.

— Si lo miras desde ese punto de vista, pues quizás tenga usted razón, pero también le quieres negar a cualquier chaval que estudie lo que quiera.

— Yo no le quiero negar nada a nadie. Lo único que le he comentado es que los taxistas tenéis el cupo cerrado de licencias y nosotros no.

— ¿Pero tú te imaginas lo que sería que todo el mundo pudiera comprar una licencia de un taxi?

— No es que me lo imagine. Es que yo lo vivo en mi sector y nadie se alarma. Ademas tenéis el otro privilegio de tener tarifas establecidas.

— Privilegio le llamas a tener un sueldo digno por dar un servicio público —literalmente gritándome el taxista.

— Yo también doy un servicio público y tengo que competir en precios sin que haya tarifas —comentándole tranquilamente.

— ¿Y por qué dice usted que lo suyo es un servicio público? No lo veo por ningún lado.

— Me dirijo a un juzgado donde un juez con mi ratificación de una valoración de varios inmuebles decidirá qué le corresponde a dos ciudadanos que están enfrentados, mañana estaré inspeccionando una fachada para evitar que pueda caer cualquier cornisa o elemento sobre una persona que ande por el espacio público, y quizás en una semana esté haciendo un informe de evaluación de un edificio del que dependiendo el importe que indique se dará una subvención que saldrá del dinero de todos. ¿No son estos servicios públicos?

Totalmente descolocado, no me hablaba y sólo balbuceaba palabras sin saber por dónde atacarme. Al verse sin salida me comentó que a lo que yo llamaba privilegios para él son los derechos que ha conseguido su gremio durante años y que cuando algún político intenta tocarlos rápido la central nos pone al tanto, nos alerta y la liamos, si hay que quemar coches se queman, cortar calles se cortan…

En esto le tuve que dar la razón y le indiqué que era nuestra gran diferencia. Mi central funciona sólo en los despachos y ni nos pone al tanto, ni nos alerta y menos espera que la liemos de esa forma, por lo que los derechos o privilegios (nómbrelos como cada cual opine) nos los tocan mas fácilmente.

El taxi llegó a su destino. Yo pagué la tarifa que marcaba por un servicio público que, dicho sea de paso, no pude elegir la calidad que tenia. Lo de dentro del juzgado os lo contaré en otra ocasión…

¿Somos todos iguales ante las leyes?

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